“Don Quijote: la venganza de Cervantes” o “Por qué en la cultura hispana no existe la figura del superhéroe” 28 de diciembre de 2013
Mi prosa, penetrante y retador
Es de un corazón prendido,
Es de un tigre herido
Al acecho de su cazador
No sé hasta que punto, queridos lectores, alumnos, discípulos y seguidores, sabréis cuales son mis credenciales con respecto a mi conocimiento del mundo Hispano. Comienzan con tener madre y abuela españolas y haber vivido en España durante años críticos de mi formación; pero yo, al contrario del español típico, siempre tuve un punto de referencia analítico, objetivo con respecto a esa cultura, sus perspectivas y costumbres. Para comenzar, antes de vivir en España viví en los Estados Unidos y cualquier persona que ha recorrido mundo – y no me refiero como turista – no puede evitar el análisis y aprendizaje proveniente de la comparación. Mi estadía en España fue interrumpida durante casi año y medio por una inmersión cultural en Gran Bretaña, Inglaterra para ser preciso. Pero también tuve otro factor anómalo que influyó profundamente en mi parecer: un padre norteamericano, y más original aún, un padre afro-amerindio, lo cuál me ofrecía una múltiple perspectiva crítica y simultánea ante España, los Estados Unidos, y también las culturas afroamericanas y amerindias. Mi crianza fue sinónima con el multiculturalismo y el “culture shock” fue un aspecto determinante de ese milieu (entorno, ambiente) psicosocial.
Aún de niño y de adolescente, y sin los estudios formales – licenciatura y maestría – que luego emprendería sobre la cultura, la civilización, la historia, la economía, la política, y la literatura de España y de Latinoamérica, ya había aspectos peculiares de la cultura española que me resaltaban mucho. Llegando a los ocho años de edad, recién salido de la cultura del superhéroe – de Spiderman, de Batman, del Lone Ranger, de Ironman, de Capitán América y hasta de superhéroes caninos como Lassie y Rintinin – aterricé en la cultura seguidora del antihéroe: de Anacleto Agente Secreto, de Mortadelo y Filemón, de Zipi y Zape, de Doña Urraca, del Botones Sacarino, de Carpanta, etc. Disfruté muchísimo, pero no lleno de la admiración o del pasmado de asombro como estaba con los héroes de Marvel o de DC, sino partiéndome de risa y reventándome a carcajadas a consecuencia de sus intentos fallidos, de sus trágicos infortunios y de sus patéticas desgracias. Pregunté más de una y más de dos veces a mis padres, ¿por qué España no tenia una tradición de superhéroes?
Psicológicamente y socialmente dice mucho de un pueblo el que prefieran reírse de fulanito a admirar a menganito. Reparad en eso, y comenzareis a entender la popularidad del Quijote en el país que despreció a un héroe como Cervantes, el cuál supo descargar su amargura y demostrar su sabiduría y magistral destreza burlándose de los burladores. La heroicidad del Quijote es tan superior y tan sublime que divide al lector en dos categorías limpias y diferenciadas. Por una parte están aquellos, mezquinos de espíritu y diminutos de intelecto, incapaces de comprender la grandeza de un personaje tan libre de miedo que es capaz de crear su propia identidad y vivir de acuerdo a ella. Para esta división, Don Quijote es objeto de ridículo, motivo de burla y causa de humor; es un personaje cómico, propio de las caricaturas con las cuales me encontré de niño: todas tenían en común el que pese a su mejor empeño, siempre fallan al final, como el antihéroe de la novela picaresca.
En la segunda categoría estamos aquellos que reconocemos la grandeza de un personaje digno – y ojo y atención, inspirador – del Sendero de MAMBA:
Del Escritorio del Fundador:
“El espíritu es aquel metal forjado entre el martillo de la voluntad, el yunque del tiempo, y el fuego de la adversidad.” - La bitácora del maestro -
A lo largo de mi niñez y entrando a mi mediana adolescencia mis mayores inquietudes, mis más profundas preocupaciones estaban enfocadas en cómo sobreponerme al abyecto terror y violencia que a veces definían mi existencia. De muy joven me di cuenta de que la solución al problema no residía exclusivamente en la condición física, ni en la preparación técnica, ni en la especulación cognitiva ya que ante la calamidad siniestra, si carecemos de una constitución mental robusta tales atributos pueden rápidamente brotar alas y abandonarnos a la más resoluta desesperación y acongojo.
Creo que fue como resultado del impacto de estas experiencias precoces que mi interés en las artes marciales y en otras prácticas y metodologías del extremo oriente se enfocara más en las capacidades mentales que conllevan a una tranquilidad confiable aún ante el desastre que en las meras manifestaciones físicas de poder o de técnica. No eran tanto las habilidades pugilísticas de “Kwai Chang Caine” de la serie televisiva “Kung Fu” que captaron mi atención como la serenidad y sabiduría de los maestros de Shaolin quienes lo entrenaron. No fue tanto la dinámica despampanante ni los bravos aullidos cinematográficos de tipos como Bruce Lee que me sirvieron de inspiración, como las imágenes televisivas del monje Budista que protestó la injusticia religiosa de Vietnam del Sur auto-inmolándose y muriendo inmutable, inerte y en silencio.
A lo largo de los años me resultó evidente que es sólo mediante una fuerte fundación psicológica, filosófica, e incluso ‘espiritual’, que podamos esperar que el edificio de nuestra existencia logre superar las adversidades tormentosas de la vida, los desengaños y los desastres; y es también a través de tal fundación que consigamos apreciar lo magnífico y asombroso de ‘ser’ no importe cuán desagradable la carga que llevemos, cuán pesada la roca que debemos rodar. No es en los momentos de vanagloriosa victoria donde se encuentra al verdadero campeón; no es en las horas, semanas, o años de descubrimientos celebrados o de logros renombrados donde encontraremos la auténtica ‘grandeza’; ésa solamente se encuentra en aquellos instantes inexorables vividos por súper-individuos que una vez tras otra, enfrentados con innumerables fracasos o trágicos desengaños, amenazados con morir en el anonimato total, o viviendo en la más apurada miseria, demuestran su reconsagración inagotable a la ‘causa.’
Muéstrame a un hombre o a una mujer quien, después de haber sido repetidamente derribado e incluso hundido por las fuerzas implacables e incesantes de una realidad más allá de su control, y quien sin buscar refugio ni en dimensiones fantásticas ni en entes ficticios, se alza una vez más por su propia cuenta, en espíritu si no en cuerpo quebrantado, y yo te mostraré el verdadero sentido de la fortaleza interior y del poder personal. Encuentra un individuo quien aún en medio de los impredecibles pleitos y desafíos de la vida, pérdidas crueles, achaques desatinados, y tragedias desalentadoras deriva ‘sentido’ del mero hecho de vivir, y habrás encontrado a alguien que ha amaestrado al arte elusivo de ser feliz.
No es a la persona que, provista del lujo de la calma y del confort logra alcanzar un estado de ‘consciencia mística’ a la que debemos admirar. Por lo contrario; es al individuo que enfrentado con los impredecibles desastres de la vida verdaderamente encarada, y aún atrapado por las garras maliciosas del azar, logra rápidamente recobrar la compostura y demostrarse ‘centrado’ a la que debemos escrutar ya que ha logrado algo más allá de lo que los libros o las técnicas por si solas pueden ofrecer: la sabiduría. La sabiduría, la combinación de conocimiento y de práctica que conllevan a la felicidad y a la armonía en la vida, a pesar de las circunstancias es lo que todos en última estancia buscamos.
El poder personal solo no es suficiente, porque sin los mecanismos mentales para guiar su potencial, sin el contexto filosófico/espiritual dentro del cual aplicar sus recursos no somos sino un Titánico: imparable en nuestro movimiento y condenado a encontrar la ruina en el choque inevitable con los incontables y despiadados icebergs de la vida. La condición existencial humana está por su naturaleza repleta de inevitable pérdida – o de la amenaza de la misma: pérdida de la vida, pérdida de la juventud, pérdida de la propiedad y las posesiones, pérdida de los seres queridos, pérdida de la inocencia, y demás, y por lo tanto se contamina del duelo y de la angustia que naturalmente los acompaña. Sin embargo es en el caos de la guerra donde se encuentran los más deplorables aspectos de la vida en su extremo: la carnicería y la mutilación, la devastación y la destitución, el saqueo y la profanación, el hambre y la enfermedad, etc.
No es de sorprender que muchos individuos vuelvan de los campos de batalla mentalmente traumatizados y emocionalmente violados y trastornados, incapaces de integrarse con éxito a la ‘normalidad’ de su existencia anterior en tiempos de paz. Tampoco es de sorprender que castas guerreras hayan sondeado metodologías filosóficas/espirituales, como en el caso de los Samurai con el Zen, para desarrollar la capacidad mental y emocional de superar las vilezas de la guerra y reconciliar internamente la depravación de sus experiencias dentro del contexto de un modo de vida y de existencia.
Es por este motivo que para mí las verdaderas artes marciales tienen como objetivo enseñar más que solamente técnicas de poder físico; deben encaminar al practicante en un sendero de auto-poder, descubrimiento y mejora que lleva más allá de la mera acumulación de información o memorización de movimientos; en un sendero que lleva a un espíritu inmutable derivado de una mente y de un cuerpo armonizados en acción.
Tal es el Sendero de MAMBA.
SHODAI JAIME ALEJANDRO OVERTON GUERRA, 2005
Don Quijote, es sin duda, el arquetipo del individuo que “después de haber sido repetidamente derribado e incluso hundido por las fuerzas implacables e incesantes de una realidad más allá de su control, y quien sin buscar refugio ni en dimensiones fantásticas ni en entes ficticios, se alza una vez más por su propia cuenta, en espíritu si no en cuerpo quebrantado”. Aún rodeado por un mundo de personajes empapados de su perspectiva banal, limitados a ver molinos y borregos en vez de gigantes y ejércitos, él se mantiene fiel a sus principios, y obra en acuerdo a la integridad más alta de la identidad escogida: la del caballero andante, variante del arquetipo del guerrero. Y lo que es más, aquellos de nosotros de la segunda categoría sabemos que Don Quijote es paradigmático del hombre libre, dotado de la única y verdadera libertad que un ser humano tiene a su disposición: escoger y vivir de acuerdo a su identidad. De esta forma Don Quijote se establece como el superhéroe por excelencia, y su autor ríe dos veces por ser quien ríe el último: se ríe de los idiotas que se burlan de su personaje, y de la cultura de incultos y envidiosos que no supo valorarle en vida – Cervantes, el condecorado héroe de Lepanto, murió prácticamente en la miseria.
Claro que el niño de ocho años carecía de esta sofisticación analítica; no entendía, pero curioseaba por saber, cuál era la base y causa de tal disparidad cultural entre la norteamericana y la española en cuanto a su selección de caricaturas infantiles. Fue entonces cuando mi padre, instruido por mi madre, hizo llegar a mis manos y ojos el libro, “El español y los siete pecados capitales.” El capítulo sobre ‘la envidia’ elucida mucho sobre el tema en cuestión, y comienza con un pasaje de un texto del siglo XI;
“Nadie es profeta en su patria. Esto es particularmente verdad en España. Sus habitantes tienen envidia al sabio que entre ellos surge y alcanza maestría en su arte; tienen en poco lo mucho que puede hacer, rebajan sus aciertos y se ensañan en cambio en sus caídas y tropiezos sobre todo mientras vive, y con doble animosidad que en cualquier otro país… Si la suerte le lleva por el camino de descollar claramente sobre sus émulos […], entonces se le declara la guerra al desgraciado, convertido en pasto de murmuraciones, cebo de calumnias, imán de censuras, presa de lenguas y blanco de ataques contra su honor.”
Risala apologética de Ibn Hazam, (994-1064). Trad. García Gómez.
Recientemente compartí con mi madre la idea de en un futuro desplazarme a España para abrir un Instituto, argumentando que el nivel superior de educación del español me daría una audiencia más amplia. “Acuérdate de que la fiesta nacional nunca fueron los toros, sino dar plaza a la envidia. Acuérdate e investiga antes.” Y con esa admonición y consejo recordé de eso sí, e investigué, leyendo comentarios y artículos de prensa, y haciendo mis experimentos a nivel personal; para algo soy un maestro experto de la mentalidad humana – no me tienen que mostrar mas que una esquina para encontrar las otras tres y deducir que se trata de una mesa. Nada ha cambiado. España sí ha cambiado en mi ausencia, pero el carácter nacional forjado tras siglos, milenios, en cuanto a la envidia, la discapacidad del español general, promedio, de reconocer y dejarse admirar la grandeza en otro sin tallarle de “engreído” o “prepotente” o “arrogante,” no ha disminuido desde las observaciones de Ibn Hazam hasta la fecha. El español ante el calificativo positivo siempre tiene el “pero…” pendiente en la mente si no ya vibrando en el aire.
Para el español, al que nada le duele más que reconocer la superioridad de otro a riesgo de encender su envidia, las palabras de Williamson le tienen que venir de otra galaxia:
“¿Cuál es tu temor más profundo?”
“Nuestro más profundo temor no es que seamos inadecuados.
Nuestro más profundo temor es que seamos poderosos más allá de la medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.
¿Nos preguntamos, “quién soy yo para ser brillante, bellísimo, con talento, fabuloso”?
En realidad, ¿quién soy para no serlo? […]
El jugar pequeño no sirve al mundo.
No hay nada iluminado en nuestra propia reducción de modo que
otras personas no se sientan inseguras en nuestra presencia.
Nosotros todos estamos para brillar,
como lo hacen los niños. […]
No está sólo en algunos de nosotros;
está en todos.
Y al permitir que brille nuestra propia luz,
inconscientemente damos a otras personas
permiso para hacer lo mismo.
Conforme nos liberamos de nuestro propio miedo,
nuestra presencia libera automáticamente a otros.”
_ Marianne Williamson_
La grandeza de hombres como Cervantes ha sacado a España en adelante a pesar de estar rodeados de mediocridad envidiosa – pero esa mediocridad envidiosa ha costado la grandeza del país y de la cultura misma, la pérdida del imperio, y nos ha ganado, a toda la Hispanidad, el desprecio y desdén del mundo. De ahí que se capta, en Don Quijote y en su singular seguidor Sancho Panza, un mundo rodeado de detractores, de envidiosos, de sarcásticos, de incrédulos; un mundo mediocre lleno de negativistas desafiantes, una sociedad repleta de patéticos perdedores desprovistos de sueños, carentes de ambiciones, y sin mayor cualidad, virtud, talento – he ahí mi dosis de sarcasmo irónico – que la crítica que surge de su soberbia, de su ignorancia, y de su apatía. Cervantes, en pocas palabras, describe a España, donde nunca ha calado la noción de que la grandeza de uno nos eleva a todos, de que nos da ejemplo y permiso de ser grandes nosotros, al igual que Don Quijote nos invita a atrevernos a ser quienes somos – es decir, quienes soñamos con ser.
En toda su historia, por cada grande de España que se rompiera el alma remando para salvar la nave nacional, había mil mediocres-envidiosos que o remaban en dirección contraria – solamente por llevar la contraria – o lo trataban de hundir, sin importarles su propio perjuicio, con tal de no ver el éxito de su compadre. Claro, luego están el otro millón que no viven sino para reunirse para tomar unas copas e intercambiar sandeces y menudencias con el resto del rebaño – y claro, criticar a los que se atreven a levantarse y a hacer algo útil. En verdad, cuando Confucio dijo que el clavo que sobresale tiende a ser amartillado no conocía a España: ahí emplean apisonadora.
Recientemente tuve un intercambio con una licenciada de España que me acusó de creerme el ‘personaje’ de “Así habló Zaratustra.” La letra que empleó para el Título de la obra estaba en cursiva, diferente a los demás, lo cual me indicó claramente que lo copió de algún lugar y lo pegó. Obviamente ella no había leído la obra porque se hubiera dado cuenta de que lejos de insultarme era un gran elogio. Le contesté que tal vez mejor que simplemente haber leído unos apuntes de comentario sobre el texto que debería profundizar más en la obra de Nietzsche y sobre todo entrar en su concepto de “filosofía con un martillo” para comprender mejor ciertos métodos que empleo, para concluir que yo no preciso de martillo porque tengo shuriken (estrellas de Ninja), katana (espada japonesa), y Kai (armas de mi invención): La comunicación que no conmueve no mueve. Llegó su replica; ingenuamente yo, esperando que se hubiera al menos molestado en una rápida visita a Google o Wikipedia, fui profundamente decepcionado. Me salió con que nunca había leído al “pirado” de Nietzsche para no contaminarse el cerebro con sus locuras. Nietzsche, el gigante de la tradición intelectual occidental moderna, gran maestro ante el cual genios como Freud deben su grandeza, reducido a “pirado.” No lo ha leído nunca pero está “pirado.” ¿Por qué no decirme que no cree en la evolución porque el mundo es plano? Hubiera quedado menos ignorante.
No es de sorprender este comentario. Pero para aquel que vive en una sociedad de personas que les “revienta” que alguien se destaque y mucho más que de reconocimiento propio de su grandeza, el costo social y psicológico de atreverse a brillar es para muchos demasiado alto. El envidioso es necio por excelencia y nace de una combinación exquisita de la soberbia, la apatía, y la ignorancia. Al que está demasiado ocupado superándose ni le molesta ni le disminuye la grandeza de los demás, solamente busca alzar la suya.
Históricamente a España le sobraron héroes, y si no está en la cima del mundo, y si sus ex-colonias no son de primer mundo, no tiene a nadie más que culpar que a sí misma, y de entre esas culpas haría bien en reconocer la tremenda limitante en el carácter nacional que es la envidia – en la imposibilidad de ser simple y humilde soldado cuando el Gran Capitán se presenta. Si Latinoamérica no está en primer mundo tiene motivos, tiene causas, tiene razones; primordial entre ellas es descender no de la grandeza española que dio a héroes como Cervantes, sino de aquellos ‘otros’ de la primera categoría, de aquellos que no entienden al Quijote y que tachan a Nietzsche de “pirado”, es decir, de la gran e innumerable categoría de españoles envidiosos y mediocres.
Si los anglosajones usurparon la hegemonía mundial de España y de Portugal, y si sus descendientes los angloamericanos la mantienen es en gran parte porque:
1) valoran el trabajo en equipo;
2) respetan la autoridad del liderazgo imprescindible para el funcionamiento exitoso del anterior; y
3) saben apreciar la aportación del arquetipo del héroe – la fuente de inspiración y modelo indispensable para todo buen liderazgo.
He Dicho. Así Es. Y Así Será.
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(Dia de los Santos Inocentes e Inocentas )
Comentario personal:
- Esto ha de ser leído en España, y por aquí empiezo, con permiso de Shodai*, compartiéndolo... Gracias, porque con esto me siento quijote pero también niña y mujer, no quijote porque muera, sino porque me transformo... paso a paso, día a día...
sin obviar mis respetos a toda su vida y su obra, seguramente esta frase no se la haya arrogado él mismo, pero en el camino alguien dejó olvidada o silenciada a esta mujer, Mariam Willianson, que fue la que lo escribió... ¿será por la vieja costumbre de haber querido silenciar a la mujer, a lo femenino en todos: mujeres y hombres... por el intento de acallar los sentimientos a expensas de lo cómodo, de la tecnología, del dinero o de eso que llaman "Poder". No hay Poder más grande que el Amor cuando lo que sale de dentro es sincero.
“¿Cuál es tu temor más profundo?”
“Nuestro más profundo temor no es que seamos inadecuados.
Nuestro más profundo temor
es que seamos poderosos más allá de la medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.
¿Nos preguntamos,
“quién soy yo para ser brillante, bellísimo, con talento, fabuloso”?
En realidad, ¿quién soy para no serlo? […]
El jugar pequeño no sirve al mundo.
No hay nada iluminado en nuestra propia reducción
de modo que otras personas no se sientan inseguras en nuestra presencia.
Nosotros todos estamos para brillar, como lo hacen los niños. […]
No está sólo en algunos de nosotros; está en todos.
Y al permitir que brille nuestra propia luz,
inconscientemente damos a otras personas
permiso para hacer lo mismo.
Conforme nos liberamos de nuestro propio miedo,
nuestra presencia libera automáticamente a otros.”
Gracias Marianne/Gracias Shodai
Post: Shodai Oberton Guerra falleció pocos años después de esta publicación, a la joven edad de los taitantos, padre de un pequeño y abuelo de otro. Este maestro de artes marciales, escritor, puedo decir que fue un estimado amigo, a quien conocí por Facebook, por ser amigo de unos amigos (Tere...) Siempre que le recuerdo, le recuerdo con cariño, tuvimos unas buenas charlas sobre el mundo.. Gracias y hasta siempre.
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