La fábula de la rana y el escorpión.
Como el Shodai de MAMBA RYU que siempre soy, ya sea actuando en forma
de maestro, de pareja, de padre de familia inclusive, he dado y me he
entregado y he sido apreciado a veces (por momentos aunque fuera),
pero en su mayor parte malentendido, menospreciado sino despreciado, y
hasta traicionado. He sido con frecuencia invitado a “cuevas
existenciales” (véase la anotación de hoy en el Diario de un Sennin,
Volumen II, “La Singularidad y su Horizonte”) pero, después de mis
observaciones y recomendaciones, no bienvenido. Mi certeza y
autoconfianza se interpretan como soberbia; mi disciplina y exigencia
como crueldad; la nobleza y compasión como oportunidad para abuso de
confianza; y por fin cuando harto declaro “¡hasta aquí he llegado!”,
hasta de traidor me han pregonado. Es tierra sin héroes y sin honor;
es tierra de escorpiones:
Hay un relato popular africano, atribuido a veces a Esopo, de una rana
muy generosa que vivía en las orillas del río Níger. Cuando llegaba la
época de las lluvias la rana ayudaba a cruzar sobre sus espaldas a
todos los animales que se encontraban en dificultades ante la crecida
del rio. La rana cruzaba a todo tipo de animalitos pequeños como
ratones, e incluso a insectos que bajo otras circunstancias depredaría
pero que su generosidad y su nobleza no le permitían aprovecharse de
ellas en esas circunstancias de su necesidad.
También vivía por allí un escorpión, que cierto día le suplicó a la
rana: “Quiero atravesar el río, pero no estoy dispuesto a nadar. Por
favor crúzame sobre tu espalda”. La rana, que conocía bien al
escorpión y que había aprendido mucho durante su larga vida llena de
privaciones, decepciones y desilusiones, respondió: “¿Que te lleve
sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber
que si te subo a mi espalda, me picarás con tu aguijón y moriré con tu
veneno!”
El perspicaz escorpión le dijo: “No digas tontadas. Claro que no te
picaré, si lo hiciera, yo también perecería ahogado ya que no sé
nadar.” La rana continuó negándose al principio, pero la irrefutable
lógica del escorpión fue convenciéndola hasta que finalmente aceptó y
cargó al escorpión sobre su espalda de donde él se agarró, y
comenzaron así la travesía del río Níger.
A pesar de sostener sobre su espalda al escorpión la rana lograba
nadar con destreza y soltura sobre todo conforme poco a poco le fue
perdiendo el miedo al pasajero que cargaba a cuestas. Acercándose al
centro del rio y con la orilla a la vista, se aproximaban al punto más
peligroso del cruce: un remolino que amenazaba tragarles. Justo cuando
la rana hábilmente sorteaba el remolino el escorpión le picó, hincando
su envenenado aguijón en un delicado flanco. La rana sintió un dolor
agudo y sintió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo,
paralizándole los músculos y nublándole la vista. Conforme se ahogaba,
le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión: “¡Me lo temía! Pero...
¿Por qué lo has hecho? ¿No ves que nos vamos a morir los dos?” A lo
que el escorpión le respondió: “Lo siento ranita, es mi naturaleza, es
mi esencia, no he podido evitarlo; no puedo dejar de ser quien soy, ni
actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de cómo he
aprendido a comportarme toda mi vida.”
Y conforme juntos desaparecieron en medio del remolino para ahogarse
en las profundas aguas del río Níger, el escorpión le preguntó a la
rana, “¿Por qué me cargaste tú a mí?” A lo que la rana respondió: “No
puedo evitarlo. También era mi naturaleza cargar a los necesitados.”
La moraleja atribuida: Por mucho que la gente prometa cambiar al final
siempre va a ser fiel a su naturaleza.
Es una fabula buena y acertada en su afán de captar la naturaleza
frecuente y común del ser humano que no presagia nada bueno bien en
cuanto a mis expectativas de éxito como maestro fundador de una
tradición dirigida precisamente a la transformación física,
intelectual, emocional, conductual y sociocultural del ser humano.
Pero, despertando de mi sueño de anoche sobre “la cueva existencial
humana”, mi YO – mi inconsciente, mi intuición – aún en comunicación
con mi ‘Yo’, con mi mente consciente, me fue guiando a través de los
anales de mi memoria a dar con la anterior fabula para completar la
enseñanza que son siempre mis anotaciones y comunicaciones.
Para comenzar, que quede claro que aunque mi compromiso con el prójimo
es el de ayudarle a cruzar, en las espaldas de mis enseñanzas, al otro
lado de su abismo existencial, no soy rana sino tortuga – una tortuga
caimán – y el caparazón de la tortuga no deja penetrar el aguijón de
los escorpiones. Además, siguiendo la analogía de la tortuga, mi
escudo es precisamente el de “no precisar escudo” porque no tengo
apegos (los aguijones de los escorpiones humanos se clavan
precisamente en nuestros apegos) eso me hace inmune al veneno pero no
por ello ciego a al designio malévolo de la picada. Ante la mala
intención de la picada simplemente me sumerjo y ahí se queda el
desgraciado victima de su merecida desgracia para tragar agua hasta
que, o entre en razón y se ubique, o se ahogue. Tampoco soy rencoroso:
una disculpa sincera y una reparación apropiada – según mi criterio –
pocas veces ha sido rechazada, pero sin ellas la ofensa nunca vence ni
caduca. Al fin y al cabo, dos cosas son muy ciertas. Una, la travesías
existenciales ya acabaron y las hago para provecho ajeno; y dos, sin
la sumisión del alumno, discípulo, paciente, aprendiz o hijo al
proceso de su travesía nunca se apartará de la orilla: ya que no se
puede nadar (lanzarse a conquistar sus miedos) y guardar la ropa
(mantener el control). En las espaldas de esta tortuga, la tortuga
está al mando.
Muchos, reconociéndolo o no, me piden pasaje; pero demasiados no
quieren aceptar que el alumno o discípulo viaja siempre a costa de su
maestro y que debe medir con cuidado a donde apunta y clava el aguijón
de su negativismo desafianza: no vaya a ser que se encuentre
ahogándose en los mismos remolinos de su mente.
Una opinion añadida (por Maribel Fombella)
Creo que en condiciones ideales el alumno, es un eterno discípulo de la vida,
y los maestros/as idem...
Sin embargo, hay algunos casos en los que ciertos alumnos se quedan algo "colgaos" de algunos maestros y eso no es exactamente tan sano... otros, en cambio, no les guardan el debido respeto,
que es todavía más insano, no para el maestro, claro, sino para ellos mismos...
Lo que nace del agradecimiento y no de la lucha con el maestro, seguro que antes o después
florece... otros prefieren seguir silenciando el trabajo del maestro como si ellos mismos fuesen la fuente por ser los protagonistas y el foco de la atencion, por eso hay algunos escribiendo cosas
que no son suyas o bien silencian ese origen y fuente para evitar que otros vayan con sus maestros, (por falta de generosidad, vamos...)
Como el Shodai de MAMBA RYU que siempre soy, ya sea actuando en forma
de maestro, de pareja, de padre de familia inclusive, he dado y me he
entregado y he sido apreciado a veces (por momentos aunque fuera),
pero en su mayor parte malentendido, menospreciado sino despreciado, y
hasta traicionado. He sido con frecuencia invitado a “cuevas
existenciales” (véase la anotación de hoy en el Diario de un Sennin,
Volumen II, “La Singularidad y su Horizonte”) pero, después de mis
observaciones y recomendaciones, no bienvenido. Mi certeza y
autoconfianza se interpretan como soberbia; mi disciplina y exigencia
como crueldad; la nobleza y compasión como oportunidad para abuso de
confianza; y por fin cuando harto declaro “¡hasta aquí he llegado!”,
hasta de traidor me han pregonado. Es tierra sin héroes y sin honor;
es tierra de escorpiones:
Hay un relato popular africano, atribuido a veces a Esopo, de una rana
muy generosa que vivía en las orillas del río Níger. Cuando llegaba la
época de las lluvias la rana ayudaba a cruzar sobre sus espaldas a
todos los animales que se encontraban en dificultades ante la crecida
del rio. La rana cruzaba a todo tipo de animalitos pequeños como
ratones, e incluso a insectos que bajo otras circunstancias depredaría
pero que su generosidad y su nobleza no le permitían aprovecharse de
ellas en esas circunstancias de su necesidad.
También vivía por allí un escorpión, que cierto día le suplicó a la
rana: “Quiero atravesar el río, pero no estoy dispuesto a nadar. Por
favor crúzame sobre tu espalda”. La rana, que conocía bien al
escorpión y que había aprendido mucho durante su larga vida llena de
privaciones, decepciones y desilusiones, respondió: “¿Que te lleve
sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber
que si te subo a mi espalda, me picarás con tu aguijón y moriré con tu
veneno!”
El perspicaz escorpión le dijo: “No digas tontadas. Claro que no te
picaré, si lo hiciera, yo también perecería ahogado ya que no sé
nadar.” La rana continuó negándose al principio, pero la irrefutable
lógica del escorpión fue convenciéndola hasta que finalmente aceptó y
cargó al escorpión sobre su espalda de donde él se agarró, y
comenzaron así la travesía del río Níger.
A pesar de sostener sobre su espalda al escorpión la rana lograba
nadar con destreza y soltura sobre todo conforme poco a poco le fue
perdiendo el miedo al pasajero que cargaba a cuestas. Acercándose al
centro del rio y con la orilla a la vista, se aproximaban al punto más
peligroso del cruce: un remolino que amenazaba tragarles. Justo cuando
la rana hábilmente sorteaba el remolino el escorpión le picó, hincando
su envenenado aguijón en un delicado flanco. La rana sintió un dolor
agudo y sintió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo,
paralizándole los músculos y nublándole la vista. Conforme se ahogaba,
le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión: “¡Me lo temía! Pero...
¿Por qué lo has hecho? ¿No ves que nos vamos a morir los dos?” A lo
que el escorpión le respondió: “Lo siento ranita, es mi naturaleza, es
mi esencia, no he podido evitarlo; no puedo dejar de ser quien soy, ni
actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de cómo he
aprendido a comportarme toda mi vida.”
Y conforme juntos desaparecieron en medio del remolino para ahogarse
en las profundas aguas del río Níger, el escorpión le preguntó a la
rana, “¿Por qué me cargaste tú a mí?” A lo que la rana respondió: “No
puedo evitarlo. También era mi naturaleza cargar a los necesitados.”
La moraleja atribuida: Por mucho que la gente prometa cambiar al final
siempre va a ser fiel a su naturaleza.
Es una fabula buena y acertada en su afán de captar la naturaleza
frecuente y común del ser humano que no presagia nada bueno bien en
cuanto a mis expectativas de éxito como maestro fundador de una
tradición dirigida precisamente a la transformación física,
intelectual, emocional, conductual y sociocultural del ser humano.
Pero, despertando de mi sueño de anoche sobre “la cueva existencial
humana”, mi YO – mi inconsciente, mi intuición – aún en comunicación
con mi ‘Yo’, con mi mente consciente, me fue guiando a través de los
anales de mi memoria a dar con la anterior fabula para completar la
enseñanza que son siempre mis anotaciones y comunicaciones.
Para comenzar, que quede claro que aunque mi compromiso con el prójimo
es el de ayudarle a cruzar, en las espaldas de mis enseñanzas, al otro
lado de su abismo existencial, no soy rana sino tortuga – una tortuga
caimán – y el caparazón de la tortuga no deja penetrar el aguijón de
los escorpiones. Además, siguiendo la analogía de la tortuga, mi
escudo es precisamente el de “no precisar escudo” porque no tengo
apegos (los aguijones de los escorpiones humanos se clavan
precisamente en nuestros apegos) eso me hace inmune al veneno pero no
por ello ciego a al designio malévolo de la picada. Ante la mala
intención de la picada simplemente me sumerjo y ahí se queda el
desgraciado victima de su merecida desgracia para tragar agua hasta
que, o entre en razón y se ubique, o se ahogue. Tampoco soy rencoroso:
una disculpa sincera y una reparación apropiada – según mi criterio –
pocas veces ha sido rechazada, pero sin ellas la ofensa nunca vence ni
caduca. Al fin y al cabo, dos cosas son muy ciertas. Una, la travesías
existenciales ya acabaron y las hago para provecho ajeno; y dos, sin
la sumisión del alumno, discípulo, paciente, aprendiz o hijo al
proceso de su travesía nunca se apartará de la orilla: ya que no se
puede nadar (lanzarse a conquistar sus miedos) y guardar la ropa
(mantener el control). En las espaldas de esta tortuga, la tortuga
está al mando.
Muchos, reconociéndolo o no, me piden pasaje; pero demasiados no
quieren aceptar que el alumno o discípulo viaja siempre a costa de su
maestro y que debe medir con cuidado a donde apunta y clava el aguijón
de su negativismo desafianza: no vaya a ser que se encuentre
ahogándose en los mismos remolinos de su mente.
Una opinion añadida (por Maribel Fombella)
Creo que en condiciones ideales el alumno, es un eterno discípulo de la vida,
y los maestros/as idem...
Sin embargo, hay algunos casos en los que ciertos alumnos se quedan algo "colgaos" de algunos maestros y eso no es exactamente tan sano... otros, en cambio, no les guardan el debido respeto,
que es todavía más insano, no para el maestro, claro, sino para ellos mismos...
Lo que nace del agradecimiento y no de la lucha con el maestro, seguro que antes o después
florece... otros prefieren seguir silenciando el trabajo del maestro como si ellos mismos fuesen la fuente por ser los protagonistas y el foco de la atencion, por eso hay algunos escribiendo cosas
que no son suyas o bien silencian ese origen y fuente para evitar que otros vayan con sus maestros, (por falta de generosidad, vamos...)
NO EXISTE LA violencia de generos, existe una violencia generalizada y soterrada, entre los espirituosos manipuladores estan unos pocos, como entre los que manejan el cotarro económico, a otros niveles, la tercera guerra mundial es solo la guerra fria que AÚN no termino, pero Basta ya... hoy lo INVOCO; fuerza, autodeterminacion, sin olvidar la suavidad de la ternura de quienes están listos para darla y recibirla.
Abrazo Grande de los que generan oxitocina....
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